26 nov 2016

DEBERÍA





La admiración a Dios debería de algún modo motivar todo lo que hago y digo.
La admiración a Dios debería ser la razón
por la que hago lo que hago con mis pensamientos.

Debería ser la razón por la que deseo lo que deseo.
La admiración a Dios debería ser la razón
por la que funciono de la forma en que lo hago en mi trabajo o finanzas.

Debería estructurar la manera en que pienso acerca de las posesiones, poder.
La admiración a Dios debería moldear y motivar mis relaciones con mis vecinos,
mi familia ampliada.

La admiración a Dios debería dar dirección a la forma en que vivo como ciudadano de una comunidad más amplia.

Debería formar la manera en que pienso acerca de mí mismo, 
mis expectativas de los demás.

La admiración a Dios debería levantarme de mis momentos más oscuros de desánimo, ser la fuente de mis celebraciones más exuberantes.

La admiración de Dios debería hacerme más consciente, 
más gimiente por mis pecados, los que me hace más paciente;
más tierno con las debilidades de otros.

Debería darme el coraje que no encuentro de ninguna otra manera, la sabiduría para saber cuando algo está fuera de mi alcance.


Se supone que la admiración a Dios debería gobernar cada área de mi existencia.

Ministerio patoral/Paul Tripp

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